
La comunicación en pareja
Empecemos por lo evidente: La comunicación es vital en toda relación.
Ahora que estamos todos de acuerdo, vamos un poco más allá con todo eso de la comunicación, especialmente en cuanto a la comunicación en pareja.
La comunicación en pareja es como el Wi-Fi de casa, que cuando funciona bien ni te das cuenta de lo importante que es, pero cuando falla (y siempre falla el día que más lo necesitas)… es frustrante, agobiante, desesperante, todo a la vez, ¿verdad? Y es que, aunque el amor sea el pegamento de una relación, sin una buena comunicación, hasta la relación más sólida tambalea.
Es habitual que, debido a la confianza y el vínculo que hemos forjado con nuestra pareja, en ocasiones damos por sentado que el otro debería entendernos sin necesidad de palabras, como si tuviera un radar emocional integrado. Y no solo eso, sino que asumimos que, además de saber qué me pasa, ya debería saber cómo actuar. Pero la realidad es que, por mucho que nos queramos y tengamos una conexión super especial, los poderes telepáticos, por ahora, siguen sin ser fiables. Las diferencias personales, los miedos, los cambios de contexto y la rutina pueden convertirse en muros difíciles de escalar si no aprendemos a comunicarnos de forma efectiva. Cada persona interpreta la información a través de su propia experiencia y emociones, lo que puede generar malentendidos si no se expresa con claridad. Parece evidente, pero ahorrar en nuestra comunicación aumenta, y de manera muy peligrosa, el riesgo a no entendernos. Por eso, mejorar la comunicación no es solo hablar más, sino hablar mejor, con intención, empatía y apertura.
Es curioso cómo muchas veces hablamos mucho, pero decimos poco. En una conversación de pareja, lo importante no es solo llenar el silencio con aproximaciones, titulares y pistas de lo que sucede, sino transmitir lo que realmente sentimos y necesitamos con claridad en cada situación. Es común caer en la trampa de asumir que el otro será capaz de interpretar un mensaje a medias, que debería darse cuenta por sí mismo del significado de una comunicación que requiere aplicar el sentido común (que a menudo es el menos común de todos y el responsable de algunos desastres) para descifrarla. Por eso, verbalizar con claridad lo que queremos expresar es clave para evitar malentendidos y frustraciones innecesarias, y esto implica responsabilidad, disposición, valentía y paciencia para encontrar las palabras o las vías de comunicación adecuadas.
Escuchar es la otra mitad de la ecuación, y muchas veces es la parte que más se nos escapa. Es fácil que, cuando pensamos en comunicación, nuestra mente se centre en el esfuerzo que requiere expresar aquello que sentimos, olvidando que el mensaje más bien expresado es inútil si no llega al otro. De la misma manera, el mensaje mejor expresado no tiene sentido cuando se convierte en un monólogo, incapaz de adecuares e integrar los mensajes de un otro que también quiere ser escuchado. No se trata de simplemente oír lo que el otro dice mientras preparamos nuestra respuesta mentalmente. Se trata de estar presentes en lo que el otro dice, de aparcar por un momento mis argumentos, dejar las distracciones (y el móvil) a un lado, de mirar a los ojos y hacer que el otro sienta que realmente estamos ahí. Porque pocas cosas generan más distancia que hablar con alguien que está físicamente presente, pero emocionalmente ausente. ¿Alguna vez te has preguntado el motivo por el que alzamos la voz en una discusión, a pesar de tener a la otra persona al lado? Justamente, por que la escucha, cuando no es plena y activa, genera una distancia emocional tan abismal, que impera por encima de todo la sensación de que por más fuerte que me exprese, la otra persona no llega a escuchar el mensaje.
Y claro, no podemos olvidarnos de esos momentos en los que las emociones se calientan y las conversaciones se convierten en una batalla verbal. No es que discutir sea malo, todo lo contrario. El problema es cuando en vez de intentar resolver un conflicto, nos enfocamos en ganar la discusión, cada uno desde su mundo de razones y argumentos. Las palabras tienen poder, y cuando se usan como armas, dejan cicatrices. Aprender a expresar lo que sentimos sin atacar al otro es una de las claves para que los desacuerdos no se conviertan en grietas en la relación. Lo que sientes es válido, igual que lo que siente el otro. Cada persona tiene su propia verdad, y cuando intentamos imponer la nuestra como absoluta, el otro puede sentirse herido, invalidado o atacado. Esto suele provocar dos reacciones defensivas como la confrontación o la evasión, y ambas pueden generar una mayor distancia en la relación. Al final, lo importante no es quién tiene razón, sino cómo logramos comprendernos sin hacer de la comunicación la arena de los gladiadores.
Luego está la comunicación silenciosa, esa que ocurre sin que nos demos cuenta. Un suspiro de frustración, una mirada esquiva, los brazos cruzados… todo eso habla. ¿Alguna vez has sentido que tu pareja te miraba de cierta manera y, sin necesidad de palabras, entendiste que quería que la abrazaras? Esos pequeños gestos, esas miradas cómplices, a veces dicen más que cualquier discurso elaborado. A menudo, lo que no decimos con palabras lo expresamos con gestos, y si no estamos atentos, podemos estar obviando mensajes realmente importantes o incluso estar enviando mensajes contradictorios entre lo verbal y lo no verbal. Ser conscientes de nuestro lenguaje corporal y aprender a interpretar el del otro nos ayuda a construir un canal de comunicación más honesto y claro.
En el fondo, todo esto se resume en algo muy simple, y es que la comunicación es conexión. Cuando realmente nos comunicamos, nos acercamos, nos entendemos y fortalecemos el vínculo. No se trata de hablar por hablar, sino de construir puentes, de hacer que tanto yo como la otra persona se sienta vista, escuchada y comprendida. Y sí, es un aprendizaje constante, porque ninguna comunicación (tampoco ninguna pareja) es perfecta. Pero con intención, responsabilidad, paciencia y un poco de sentido del humor, cualquier relación puede conseguir que la comunicación fluya (y que fluya bien).
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