El cuerpo, el gran olvidado
En las lineas que siguen voy a hablar desde mi experiencia como ser humano, con un bagaje emocional y una historia personal que voy trabajando y sanando, y también como profesional de la salud mental cuya motivación principal es la de ayudar a que otras personas descubran o tomen consciencia de cómo hacerse cargo de ellas mismas y aprendan a cuidarse.
Muchas veces se habla de los pensamientos y de cómo estos inciden en nuestra manera de ver el mundo y de sentir, pero poco se habla del cuerpo. Me gustaría darle un espacio al cuerpo, ese cuerpo que solemos machacar a base de juicios, ese cuerpo que instrumentalizamos, y al que le exigimos funcionar bien para permitirnos hacer y llegar a todas partes (y cuanto más rápido, mejor). El filósofo coreano Byung-Chul Han en su obra “La sociedad del cansancio”, habla de sujetos de rendimiento, refiriéndose a que el ser humano solo cuenta en función de los resultados que obtiene. “Llevamos nuestro cuerpo al límite para llegar a todas las metas que nos proponemos aunque eso conlleve al agotamiento extremo”. La presión por producir y el no parar de hacer, lo ocupa todo y genera patologías mentales como la depresión y la ansiedad. No nos permitimos la relajación, parar y sentir el cuerpo, escuchar nuestro ritmo interno. En el día a día, estamos tan desconectadas/os del cuerpo que parece que sólo nos damos cuenta de su existencia cuando hay dolor y quizás también, cada vez más, cuando obtenemos placer a través de él. El cuerpo, el gran olvidado en nuestro día a día.
Algo que quizás vaya a sorprenderte es que sentimos emociones continuamente. Éstas no dejan de ser reacciones químicas en nuestro cuerpo, a nuestros pensamientos, a los estímulos que vamos percibiendo (interna y externamente) y a las interacciones diarias que vamos teniendo. Gran parte de nosotras/os parece que tenemos que sentir intensamente una emoción para darnos cuenta de que estamos sintiendo alguna cosa, cuando la realidad más frecuente es que las emociones se presentan constantemente en nosotras/os de una forma más sutil. Y por si eso no fuera ya suficientemente fascinante, el psicoterapeuta Marcelo Antoni, en su libro “Las cuatro emociones básicas”, explica que experimentamos las emociones a pares (por ejemplo: miedo y curiosidad, rabia y tristeza…).
Para poder gestionar las emociones, descifrar los mensaje que nos traen (sobre cómo vivimos algo en concreto y cómo esto incide en nuestro bienestar o malestar) y transmitirlas, es imprescindible que sepamos detectarlas, reconocerlas, sentirlas, verlas, percibirlas, etc. Es cuando afinamos la escucha del cuerpo que podremos acceder a esta información.
Te propongo un ejercicio para cuando termines esta lectura:
Te invito a buscar una postura cómoda con los pies en contacto con el suelo, a que cierres los ojos y a pongas tu atención en la respiración. Fíjate hasta dónde llega el aire que inhalas, qué partes de tu cuerpo entran en movimiento con la entrada y la salida del aire, si hay alguna zona o punto de tensión, dónde la sientes, cómo es, etc.
Quédate unos instantes observando lo que vas notando. Ahora que tu atención está centrada en las sensaciones de tu cuerpo, puedes hacer un “escaner corporal”, lento y progresivo, poniendo atención al recorrido por las diferentes partes de tu cuerpo, desde la coronilla hasta la punta de los dedos de los pies. Con ello probablemente podrás notar alguna sensación de la que no eras consciente antes de empezar el ejercicio. Esta sensación, por muy insignificante que pueda parecerte, puede traerte información sobre cómo estás y cómo te sientes en este momento.
A veces las emociones se manifiestan en nosotras/os con pequeños cambios fisiológicos, como un leve aumento de la temperatura corporal (cuando sentimos rabia, por ejemplo), aumento del ritmo cardiaco (cuando experimentamos el miedo, por ejemplo), una ligera sensación de presión en la garganta (quizás debido a la tristeza o la ira), una apertura del cuerpo (posiblemente sea alegría) o una tensión en la mandíbula (que puede ser una señal de rabia contenida).
Parar y observar es algo que se debe practicar. Aumentando la conciencia corporal, podremos detectar antes cómo nos sentimos, y por consiguiente, decidir cómo nos acompañamos con esto que estamos sintiendo, de una manera adecuada.
Al final, la única persona que puede saber realmente cómo se siente en cada momento es una misma, y para ello es necesaria la escucha. Estoy segura que si vas practicándola, podrás darte cuenta antes de cuando necesitas, por ejemplo, poner un límite (algo imprescindible para no acceder a cosas que en el fondo no quieres hacer y acumular rencor, explotar hacia otra persona o engancharte a pensamientos desadaptativos que generan sufrimiento). También aprenderás a detectar y a satisfacer tus necesidades, teniendo más claridad sobre cómo te hace sentir una cosa u otra.
Judith Bernaus
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